POR LOS SECUESTRADOS DEL MUNDO QUE CLAMAN LIBERTAD…


¡Libertad! No existe nada más preciado en el mundo que el derecho que tiene todo ciudadano de correcto proceder a ser libre. Después de leer la última carta que le envió Ingrid Betancourt a su madre, tras casi 6 años secuestrada por las FARC quedé prácticamente sin palabras. Poco a poco voy escribiendo estas líneas, mediante las que no puedo expresar menos que indignación, tristeza, rabia, compasión, dolor, asombro e incomprensión ante tanta injusticia y maldad.

¿Cómo es posible que alguien pueda ser capaz de privar de su libertad a otro ser humano bajo condiciones precarias, lejos de sus seres queridos y sin la posibilidad de comunicarse con el mundo exterior, apagando su vida y la de sus familiares?

No hay nada que lo pueda justificar, NADA.

El tema de las FARC y el intercambio humanitario es delicado y complicado. Razones políticas, económicas e ideológicas envuelven este drama que le ha dado la vuelta al mundo y que no pretendo analizar. Sólo quiero expresar mi repudio hacia los secuestros y hacia todo tipo de violencia, atropello e impunidad, venga de donde venga.

Aunque ya la carta de Ingrid Betancourt salió publicada en la prensa, no voy a reproducirla completa en mi blog. Sus palabras no van dirigidas a la opinión pública sino a sus familiares, y aunque ese texto representa una noticia importante, puesto que es una prueba de vida, su significado debe estar orientado a la parte humana y no al factor político, aunque éste sea imposible de desvincular.

Ingrid Betancourt fue secuestrada por las FARC el 23 de febrero de 2002, en medio de su propia campaña presidencial. Así como ella, cientos de colombianos han sido privados de su libertad, o en el peor de los casos, han perdido la vida a manos de esta guerrilla que lleva como bandera el terror.

Pero repito, no pretendo analizar el conflicto interno de Colombia, simplemente la carta de la ex candidata presidencial me hizo reflexionar sobre la importancia que tiene la libertad en la vida de cualquier persona. Y es que es preciso comprender que hay que saber valorar lo que tenemos cuando lo tenemos y no cuando lo perdemos.

El hecho de despertarnos en la mañana y saber que hay un mundo afuera que nos espera, pero sobre todo, el hecho de ser LIBRES para poder escoger qué hacer, qué pensar, a dónde ir, qué ver… eso no tiene precio. Y nadie tiene derecho a quitarle a otro la libertad de actuar, de pensar, de ser, de compartir, de amar….

Sin LIBERTAD no hay nada. No hay ilusiones, no hay ganas, no hay fuerzas. Y ni hablar de lo que deben padecer los allegados de una persona secuestrada. Viven en carne propia el fin de la tranquilidad y de noches de sueño en paz. Continúan adelante con el miedo y la incertidumbre, a veces infinita, de no saber si su familiar o amigo sufre maltratos, come, duerme o si aún vive.

Lamentablemente los secuestros (sea por razones económicas, políticas o de vandalismo) seguirán ocurriendo en todas partes del mundo. Pero hoy, los colombianos gritan ¡BASTA!, cansados de vivir en el país que registra más secuestros en el mundo.

Me permito extraer sólo un fragmento escrito por Ingrid Betancourt para cerrar este post:

“En Colombia todavía tenemos que pensar de dónde venimos, quiénes somos y a dónde queremos ir. Yo aspiro a que algún día tengamos esa sed de grandeza que hace surgir a los pueblos de la nada hacia el sol. Cuando seamos incondicionales ante la defensa de la vida y de la libertad de los nuestros, es decir, cuando seamos menos individualistas y más solidarios, menos indiferentes y más comprometidos, menos intolerantes y más compasivos. Entonces ese día seremos la nación grande que todos quisiéramos que fuéramos. Esa grandeza está ahí dormidita en los corazones. Pero los corazones se han endurecido y pesan tanto que no permiten sentimientos elevados”.

Sin duda, palabras que llevan a una profunda reflexión. Sentimientos de grandeza expresados por una mujer, que tras 6 años de cautiverio en algún lugar de la selva, confiesa al principio de su carta no tener ganas de nada.

Creo que el sufrimiento de ella y de todos los secuestrados en el mundo no puede ser imaginado en su justa magnitud por alguien que no haya pasado por eso. Pienso además que el refrán “la esperanza es lo último que se pierde” puede en estos casos fortalecer a la víctima, o por el contrario, hundirla en la tristeza de no saber cómo recobrar esa fe para sobrevivir bajo las sombras y lejos de quienes aman, sin conocer si ese amargo episodio de sus vidas algún día llegará a su fin. Y lo más triste de estas historias es que aunque acaben con un final feliz, el mal recuerdo siempre permanecerá en la mente de las víctimas por el resto de sus vidas, haciendo mella en sus corazones como una herida dolorosa, profunda e imposible de borrar.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es realmente inimaginable, para quien no haya perdido tantos años de vida, saber lo que sentirá -o no, por la misma supervivencia- una persona en esas condiciones.

El temor constante se vuelve lo único seguro, como ella dice. ¡No puedo imaginar nada más horrible!

Recemos por los secuestrados del mundo, y porque la gente se vuelva cada vez más HUMANA.

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